Carmelitas Descalzas Altea

"Vivir en obsequio de Jesucristo". 

 

 

Miércoles de Ceniza


Volver al resumen

05/03/2014

Miércoles de Ceniza

La imposición de las cenizas proviene del gesto que hacían en los primeros siglos los que estaban obligados a la «penitencia pública», imitando una práctica frecuente en el Antiguo Testamento: Los que habían cometido pecados graves eran apartados de la comunión eclesial durante un tiempo, en el que tenían que hacer penitencia con la cabeza cubierta de cenizas. La congregación para el culto divino recuerda que el rito está muy arraigado en el pueblo cristiano y lo explica así: «[La] ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios. Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal» (Directorio 125).

En camino hacia la Patria. No es por casualidad que la fórmula de imposición de las cenizas se tomara del libro del Génesis, en donde se narra la expulsión del Paraíso, después del pecado: «Eres polvo y al polvo volverás. Y el Señor Dios lo expulsó del jardín del Edén» (Gn 3,19ss). Durante la Eucaristía, los pecadores tenían que permanecer en el atrio del templo, expulsados de la Iglesia (verdadero Paraíso) y privados del Cuerpo de Cristo (fruto del verdadero árbol de la vida). Se sentían como si hubieran vuelto a la situación anterior a su bautismo. Cuando eran reconciliados regresaban al hogar, a la compañía de los Santos, anticipo e imagen de la Jerusalén celestial. También los catecúmenos debían abandonar el templo después de la liturgia de la Palabra, con la esperanza de poder permanecer dentro cuando recibieran el bautismo. Catecúmenos y pecadores públicos se sentían excluidos del Paraíso y de la tierra de promisión, que es la Iglesia. A medida que avanzaba la Cuaresma, crecían sus deseos de que llegara la Pascua, para incorporarse plenamente a la comunidad.

Con estos ritos expresaban que la vida es un camino, no exento de peligros, pero con una meta clara. A diferencia de los que no saben adónde se dirigen, se consideraban peregrinos, deseosos de llegar a su destino, que es la patria verdadera, «el descanso definitivo reservado al pueblo de Dios» (Heb 4,9). La Carta a Diogneto, citando a san Pablo, afirma que los cristianos no podemos identificarnos totalmente con el lugar donde nacimos, porque «somos ciudadanos del cielo» (Flp 3,20): «Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres […] Toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña […] Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el cielo».

El actual himno de laudes (versión española), tomado de las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, cumbre de la poesía española del s. XV, recuerda que la vida mortal es un camino hacia la eterna: «Este mundo es el camino / para el otro, que es morada / sin pesar; / mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada / sin errar». Aquélla no es camino, sino ciudad permanente. Pero añade que hay que tener cuidado, porque hay peligros en el recorrido que pueden desviarnos. Para no perderse, propone seguir los pasos de Cristo, que ya nos ha precedido y nos espera en la meta. Benedicto XVI también la presenta como un camino de seguimiento de Cristo y de identificación con Él: «La Cuaresma es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén […] Recuerda que la vida cristiana es un “camino” por recorrer, que no consiste tanto en una ley que debemos observar, sino en la persona misma de Cristo, a quien hemos de encontrar, acoger y seguir» (Audiencia general, 09-03-2011).

Recuerdo de nuestra fragilidad. A partir del s. IX empezó a abandonarse la penitencia pública sacramental, que fue sustituida por la confesión como hoy la conocemos. La imposición de las cenizas se generalizó en el s. XI con un significado nuevo: el de la fragilidad de la vida, por lo que se convirtió en una invitación a estar preparados para cuando llegue la muerte. El himno del Oficio de Lectura (versión española), recoge las estrofas más estremecedoras de la misma poesía que en laudes, que subrayan la brevedad de nuestra existencia. Empieza así: «Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, /cómo se viene la muerte / tan callando». El Papa recuerda que las cenizas siguen evocando «la precariedad de la condición humana» (Homilía, 21-02-2007).

Desde el s. XII, la ceniza proviene de la quema de los ramos y palmas que se usaron el Domingo de Ramos del año anterior para aclamar a Cristo como rey. Los ramos convertidos en ceniza denuncian que hasta nuestros mejores deseos se quedan muchas veces solo en palabras, en propósitos que no se materializan, en polvo y ceniza.

El ministro impone la ceniza mientras dice: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gn 3,19), o bien: «Conviértete y cree en el Evangelio» (Mc 1,15). El Pontífice afirma que «ambas fórmulas recuerdan la verdad de la existencia humana: somos criaturas limitadas, pecadores que siempre necesitamos penitencia y conversión» (Audiencia general, 06-02-2008). Este rito subraya, al mismo tiempo, la fragilidad del hombre y la confianza que Dios tiene en él, dándole una nueva oportunidad. San Clemente afirma que, en todas las épocas, Dios ha concedido una oportunidad de conversión, un tiempo de penitencia. Sucedió en tiempos de Noé y en tiempos de Jonás, de ello hablaron los profetas y los evangelistas. De tan variados testimonios hemos de aprovecharnos en este tiempo de gracia: «Emprendamos otra vez la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a los magníficos dones y beneficios de su paz» (Oficio de lectura del Miércoles de Ceniza). Así pues, la Cuaresma es un «camino» (o una «carrera», en palabras de san Clemente, que evoca 2Tim 4,7) que comienza con la imposición de la ceniza y termina con la renovación pascual. Se parte de la aceptación de nuestra fragilidad moral (expuestos al pecado) y física (sujetos a la enfermedad y a la muerte), para llegar a participar en la victoria de Cristo. En palabras de san Pablo, es el paso del hombre carnal al espiritual, de guiarse por los instintos a seguir las mociones del Espíritu Santo. El pecador es desobediente, como el viejo Adán; pero está llamado a vivir en comunión con Dios, como Jesús, nuevo Adán. Ése es el proceso de conversión que caracteriza la Cuaresma.

A todos los que este Miércoles de Ceniza comienzan su camino hacia la Pascua les deseo la paz de Cristo. Que Él les acompañe y les dé los dones necesarios para alcanzar la meta de su caminar. ¿Qué mejor inicio de la Cuaresma que escuchar el Attende Domine? En él decimos: «Escucha, Señor y ten misericordia porque hemos pecado contra ti. A ti, rey soberano, redentor de todos, levantamos nuestros ojos con lágrimas; escucha, Cristo, las plegarias de los que te suplican».



P. Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d.



Volver al resumen


Correo
Llamada